
Capítulo II. La frontera geopolítica
El desierto nunca conoció fronteras, pero los hombres blancos llegaron con mapas y tratados, y con tinta y pólvora partieron la tierra en dos. El Tratado Guadalupe-Hidalgo fue declarado en 1848 y los Tohono O’odham fueron divididos, no por senderos naturales ni por ríos antiguos, sino por una línea imaginaria nombrada en idioma extranjero [14]. Fueron desconocidos, sin voz en su propio suelo. Más tarde, el Tratado de la Mesilla [15] en 1853 abrió más la herida, pues fueron clasificados como indios americanos, tajados al filo del concepto de frontera. Solo unos pocos solicitaron protección para reincorporarse al también ajeno territorio mexicano [16].
El desierto se convirtió en una moneda de cambio, un espacio codiciado por todos los flancos colonialistas. En medio, muchas comunidades originarias, como agentes activos en los conflictos, negociaron o rechazaron las invasiones, trazando un complejo mapa de alianzas y estrategias de supervivencia. Sin embargo, sus decisiones y formas de acción fueron con frecuencia omitidas, distorsionadas o minimizadas en los archivos oficiales. Por ejemplo, los apaches [17], también en su propia resistencia, llegaron a convertirse en enemigos cotidianos de los Tohono O’odham, quienes celebraron mutuos acuerdos con los Estados-Nación.
Y, como si no fuera suficiente, los filibusteros arribaron [18] con la muerte escondida entre las manos y amenazas de conquista en los labios. La prensa en Estados Unidos esparció el rumor de la fiebre del oro [19] y un sinfín de jóvenes cruzaron dispuestos a domar las tierras áridas. Se llamaron a sí mismos los designados por obra del cielo [20], aunque el precio para las comunidades originarias fuera el combate y la sangre.
Henry Alexander Crabb [21] y su tropa alentaron un ímpetu separatista y asaltaron Caborca en 1857 [22]. Los pobladores se encerraron en el templo y la leyenda cuenta que [23] el poder divino estuvo de su lado. Varios días, desde lo alto, los buitres acecharon, y también desde lo alto cayó la flecha del pápago Luis Núnes [24], envuelta en llamas, para dinamitar su guarida y hacer arder su ambición. Los Tohono O’odham fueron parte vital de esa resistencia, aunque su gesto fue arrancado del relato oficial, como si nunca hubieran estado.
Crabb se rindió, muchos más igual que él, pero la frontera persistió y aunque los Tohono O’odham han vivido ahí más que cualquier linaje europeo y mestizo, el sistema los condenó a ser invasores [25] de esos dos nuevos países: los Estados Unidos de América y los Estados Unidos Mexicanos.